Torpes e insensatos humanos, que de todo me arrancaron, mi tierra, mi agua, mi asco, mi fango.
Paridos de mis propias grutas, hijos de mi alma, contruyen sus hogares arrancándome el pelo a desgarrones, fabrican sus objetos con los los bronquios vivos de mis pulmones, que se apagan lentamente en sus jaulas con olor artificial a limón. Destruyen con crueldad egocéntrica a sus hermanos, sean animal, planta o vida, en vez de convivir como a cada instante se les ofrece, tomando lo necesario para uno y dejando lo innecesario, que será necesario para otros.
Humanos, capaces de manipular, utilizar, usaron esta capacidad para procurarse el todo. Aprendieron a recibir, pero parecen incapaces de comprender el hecho de dar, no devolver, sino dar, regalar, amar. Así, poco a poco se tornaron insensibles, desdichados, faltos de alegría inconsciente, buscando el placer por el ombligo y no por el corazón, como agujeros negros, vampiros hambrientos capaces de tragarse todo.
Su mente, una mente tan determinada, buscadora de fines y no tan solo de medios de vida, capaz de extraerse del individuo y observar el todo; su mejor herramienta utilizada para generar un universo sin vida que acaba determinando sus intenciones, atrapados en la comodidad y la apariencia. Su mente es su propia perdición usada de ese modo.
Traicionaron al aire, traicionando así a sus propios hijos. Obstruyen y contaminan mi sangre, de la que luego no pueden beber. Talan mis pulmones, me arrancan la piel y me llenan de intranspirable cemento, fósiles de mis entrañas bajo las ruedas de sus coches. Guerras, miseria, bombas nucleares que me queman, estéril me tornan.
Han desafiado a la propia evolución, rompiendo el hilo de la continuación, incapaces de extinguirse por mero fluir. Y cada vez son más. Maniatada, sólo puedo observar mi propia perdición, a costa de los seres que nacieron con el don de sanar y siguen ciegos ante él. -dijo Mamá AUDIO: Nacho Vegas - Canción de Palacio